Tenía unos 30 años y tres hijos pequeños. No me podía permitir un empleo fijo, así que que me puse a trabajar en lo que podía: «Agente de Seguros». Si hacía pólizas, cobrara y sinó…, ya puedes imaginar. Vivía en Sevilla, una ciudad preciosa. Me dieron una cartera de posibles clientes, casi todos de clase alta, y me mandaron «al mundo». No me quejo de aquellas visitas, porque aprendí mucho de todas ellas.
En una ocasión, visité a un pintor de renombre. Me atendió con educación, me permitió ver sus obras, e incluso me ofreció una de ellas. Por supuesto que la acepté y me la dedicó. Una obra de C….de V.
Me fui ilusionada a enmarcarla. Les pedí, por favor, que colocaran en la parte de atrás un cristal para que se viera la dedicatoria. Cuando fui a recogerla con una amiga. Habían hecho caso omiso a mi petición de poner el cristal para que se viera la dedicatoria. Habían puesto el papel de embalaje normal. «Usted no tiene categoría para que don Fulano le dedique un cuadro» me espetó el encargado. «Esa pintura no tiene dedicatoria».
Mi amiga, mayor que yo, dijo: «Vamos a quitar el papel para comprobarlo» Y allí apareció la dedicatoria medio borrada. Y ahora ¿qué? dije indignada. El empleado huyó como una rata, sin dar la cara. Yo me vine con el cuadro. A pesar de haberla enmarcarlo en una buena tienda.
Una historia que muestra cómo las pequeñas injusticias se pueden superar con honestidad y apoyo. Al final, el cuadro no solo fue una obra de arte, sino un recordatorio de lo vivido y de cómo los gestos sinceros hacen la diferencia.
Un abrazo 🌷
Gracias, debo recordar que me sentí mal. Pero todo resultó bien. Como diría el torero: Habemos gente pa’tó. Un abrazo.
Sólo por esa actitud, creo que ya no era «una buena tienda». 😞
Tenía prestigio pero poca categoría humana. Saludos.