Es fiesta y hace buen tiempo. Veo jugar a los niños, corren, saltan, dan patadas a sus balones, se sientan en el suelo, se ensucian…, los veo y pienso que todos necesitamos un poco de espacio donde poder ser «nosotros mismos» Los niños lo tienen más fácil, tienen menos «capas» que quitarse para disfrutar, no se angustian con lo que otros puedan pensar de ellos cuando juegan o corren, simplemente disfrutan.
Los adultos decimos que no nos portamos así porque estamos educados, porque vivimos en sociedad, porque existen unas reglas y todo eso es cierto, pero también es cierto que hemos perdido la espontaneidad de los niños, a casi nadie se nos ocurre sentarnos en el escalón de un portal cuando estamos cansados, eso no nos parece adecuado, buscamos un banco y si no lo encontramos buscamos una cafetería o velador para sentarnos. Sólo el pensar en sentarnos en el suelo nos produce vergüenza, ¿por qué? ¿Porqué pueden vernos y pensar…?
Esta visto que «el que dirán» esta clavado en nosotros como una segunda piel, que la opinión ajena nos condiciona muchas veces en nuestras actuaciones impidiéndonos o empujandonos a actuar. Eso como normas sociales de respeto esta muy bien, pero cuando supone una coraza que nos impide ser nosotros mismos es muy peligroso.
Todo aquello que se reprime sistemáticamente termina por salir de forma descontrolada, no hay más que ver a señores muy serios y respetables perdiendo los papeles viendo un partido de fútbol de su equipo favorito u observar su indumentaria cuando están de vacaciones en algún país extranjero (nadie me conoce, puedo ir como quiera).
Si nos permitimos ser más indulgentes con nosotros mismos y estamos menos pendientes del «que dirán» en nuestra vida diaria, si nos damos permiso para ser más espontáneos, menos encorsetados, entonces conseguiremos dos cosas: la primera, seremos más felices porque estaremos más de acuerdo con nuestro yo y segunda, nuestra represión externa no llegara a límites de peligro que nos haga «perder los papeles» en algunas situaciones.